Migración
La emigración y la inmigración como fenómenos humanos ante el infortunio y la oportunidad.
El gran debate de los últimos tiempos a raíz de las guerras y los desastres políticos y naturales es: ¿Qué tanto una comunidad debe de aceptar la inmigración o no?
La migración como tal tiene dos potenciales caminos: la emigración, es decir quienes salen de un país o región; y la inmigración, los que llegan a un país. En estos tiempos modernos de bajo costo de transporte y conexión con cualquier parte del mundo, es algo que se ve más y más y vemos como grandes masas humanas se desplazan ante situaciones de emergencia tales como un desastre político. Tenemos por ejemplo las guerras en el medio oriente, que causan grandes desplazamientos de gente, muchas veces por mar o incluso a pie de no mediar barreras naturales, cuando hay guerra, desastres económicos o catástrofes naturales.
Más cerca en nuestro continente vemos por ejemplo lo que ha pasado en Venezuela, donde después de 25 años de Chavismo-Madurismo la gente, ante la imposibilidad de cambiar las cosas internas, simple y sencillamente optan por emigrar. La emigración no es fácil, a veces se tiene que emprender por partes y es sumamente doloroso. Es decir, un padre, una madre o un hijo deja su lugar natal y se adentra en situaciones altamente peligrosas para llegar a su destino, atravesando lugares muy difíciles como podrían ser una selva, el mar, un desierto u otras barreras naturales. Para el migrante que abandona su lugar natal es extremadamente duro aceptar que quienes fueron sus familiares y toda la red humana con la cual contaron para los momentos difíciles, se vuelve casi nula o desaparece, y se vuelven forzados a encontrar y formar nuevas redes familiares de apoyo. Los seres humanos somos así, nos movemos en “tribus” y redes sociales y familiares. No andamos solos por esta vida, y más hacerlo de esa manera muchas veces es muy difícil y doloroso.
Para quienes reciben estas hordas de migrantes, la situación es sumamente difícil pues cuando uno o dos emigran es relativamente invisible el fenómeno y no afecta mayormente a la sociedad que los recibe. Sin embargo, cuando estamos hablando de números mayores y cantidades de inmigrantes nunca vistas, comienza por haber presión por parte de los locales a tratar de controlar la situación y de imponer cuotas para limitarla, e incluso da lugar a que los locales tengan fobias a quienes no son de aquel lugar. Aquí sale a relucir lo peor del ser humano, que es la discriminación, y a tratar a los foráneos como seres inferiores o desadaptados. Los desadaptados, es decir no adaptados a las realidades locales del país que los recibe, diferente lengua, diferentes costumbres, diferentes creencias, es algo inevitable en el corto plazo. Sin embargo, no es cierto que sean seres inferiores. Pero es algo que lamentablemente muchos creen cuando una sociedad se ve abrumada o nunca ha experimentado el contacto con gente foránea y son presa de políticos y personas inescrupulosas que promueven estas ideas, pero que no es aceptable como verdadero en ninguna sociedad moderna. Hacerlo es ciertamente ir al fondo de la miseria humana.
Para lo anterior, y lo primero en particular, la única solución a la desadaptación es remediar esa situación, evitar los privilegios especiales que brinda el ser ciudadano de un país, y tratar a todos los habitantes con los mismos derechos, deberes y responsabilidades que se trata a cualquier ciudadano de ese país. Esto no significa no reconocer que las condiciones iniciales de su entrada pudieron ser irregulares, pero tratar de perpetuar la irregularidad al no permitir que los que vienen de afuera se integren, no remedia esa situación. Al contrario, si queremos tener ciudadanos seguidores de las costumbres de un país y respetuosos de sus leyes, lo adecuado es integrarlos a esa comunidad, reconocerlos y tratarlos en igualdad de condiciones, no solamente por que sea un derecho universal, sino porque de esa misma manera el gobierno puede rápidamente detectar e identificar a aquellos que se nieguen a seguir las normas de una comunidad y estén dispuestos a seguir rompiendo la ley y creando un ambiente de continua violación de las leyes y normas de una comunidad. Ahí en donde las comunidades han encontrado la manera de rápidamente integrar a estos inmigrantes y hacerlos coparticipes de la sociedad que los recibe, no solamente reduciendo los niveles de criminalidad si no adquiriendo, además, nuevos ciudadanos, lo que revitaliza y enriquece la sociedad que los recibe. Un enriquecimiento que no es solo económico, sino también cultural, pues muchas veces estos emigrantes traen valores y actitudes que rápidamente se adecuan a los de la sociedad que los recibe. Y en caso de que traigan valores similares o que son compatibles con la sociedad que los recibe, la sociedad en su conjunto se vuelve más tolerante, abierta y por supuesto diversa.
Por el contrario, en aquellos lugares donde se imponen más restricciones, el inmigrante se atrinchera en sus tradiciones originales, tiende a vivir en comunidades con otros inmigrantes que no se integran y no aprenden los valores de quienes los reciben y los que los reciben no aprenden los valores de quienes llegan. Y esto, por supuesto, es altamente divisivo y crea situaciones de hacinamiento, empobrecimiento, informalidad e ilegalidad continuada. Los valores que esos emigrantes podrían haber enseñado a quienes los reciben no se aprenden, y los valores que están en contraposición a los de la sociedad que los recibe nunca se olvidan y por lo tanto dicha sociedad se vuelve mucho más conflictiva e intolerante.
Vemos estos dos ejemplos actualmente en los patrones inmigratorios de Europa y Estados Unidos. En Europa tienden a ser más cerrados, lo que hace que sea mucho más complicado formar parte de esa comunidad. Por otro lado, en los últimos tiempos se les permite estar y llegar, pero no se los integra, se crean regulaciones que no son tendientes a integrarlos, sí a mantenerlos legales, pero separados. No aprenden -o no se les pide que aprendan- las costumbres locales. Tampoco que las respeten por lo menos. Al mismo tiempo se los subsidia para que vivan de la asistencia social que se les provee más allá de un periodo inicial de llegada. Estos migrantes terminan recibiendo en muchos casos más beneficios que los mismos locales, lo cual no ayuda a su integración y más bien se convierten en sujetos que viven de los subsidios de la comunidad que los recibe y por lo tanto no tienen necesidad alguna de trabajar, mejorar o integrarse a la sociedad a la que han movilizado.
Esto es una situación similar a la informalidad de la cual nos hablaba Hernando de Soto, en coautoría con Enrique Ghersi y Mario Ghibellini y prólogo de Mario Vargas Llosa, en el libro El Otro Sendero c. 1986. Allí estudian los efectos de la informalidad y cómo el exceso de regulaciones contribuye a mantener en la pobreza a quienes la sufren. El libro también nos habla de cómo, a pesar de dicha informalidad, el ingenio humano es capaz de superarla y crear grandes riquezas, aunque alejados del marco legal o a pesar del marco legal vigente. La conclusión era que había que reducir esas barreras de entrada para que dicha riqueza fuera accesible a más población y que más personas puedan generarla. Sería interesante, por cierto, que este libro viera una nueva edición, pues en su momento causó una impresión muy favorable no solo en el mundo hispano si no también en el resto del mundo y tuvo una traducción al inglés. Su autor principal, De Soto, ha sido consultor para muchas organizaciones que han hecho estudios sobre el tema para disminuir la informalidad y abrir otras economías.
Por otro lado, aunque cada vez menos, tenemos que en Estados Unidos dichos subsidios y beneficios tienden a no existir, o por lo menos era así hasta hace unas décadas. Eso está cambiando y por desgracia el estado de bienestar ha crecido y lo único que ha hecho al respecto es aumentar dicha dependencia y aislamiento en comunidades migrantes. Ya los inmigrantes no se integran como antes. Es más, muchos permanecen sin integrarse en segunda y tercera generación. Esto es consecuencia de ese crecimiento exagerado del estado de bienestar. Algunos por ahí que no gustan de la excesiva inmigración, proponen que los inmigrantes no tengan acceso a los beneficios que da el estado de bienestar. Si bien en principio esto suena bien para evitar este problema y en cierta forma ya se da, lo cierto es que el estado de bienestar debe de reducirse para todos pues lo que refleja es las distorsiones y la dependencia que causa el estado de bienestar social. Además, no es adecuado que haya discriminación entre locales e inmigrantes, pues esto, lejos de integrarlos genera más bien exactamente lo contrario y crea castas o privilegiados.
El problema de la migración no es nuevo, es un fenómeno antiguo y permanente. La naturaleza del ser humano ha sido migratoria y solo cuando el ser humano evolucionó y aprendió a controlar su medio ambiente es que se volvió sedentario y menos migrante. Pero esa sigue siendo su naturaleza: emigrar cuando las cosas se complican más allá de tolerar infinitamente las condiciones locales.
Dentro de Estados Unidos ha sido muy común desde sus comienzos mudarse de ciudad o estado, dependiendo de las condiciones locales. Su más reciente caso fue la rápida migración que se dio durante la pandemia del 2020 de estados tradicionalmente demócratas como California o Nueva York a estados más libres o relajados con las regulaciones de la pandemia a Texas o la Florida. Sin adentrarnos tan lejos en la historia podemos pensar que Canada, Estados Unidos o la Argentina de principios de Siglo XX, países que recibían cantidades ingentes de inmigrantes, aun así, crecían y se expandían. En cierto modo admiramos lo que fueron capaces de hacer.
Aunque desconozco algún análisis sobre el tema que haya estudiado aún el fenómeno migratorio en gran cantidad, donde la comunidad ha tenido pocas o muy específicas barreras de entrada para su integración, estoy convencido de que estos países crecieron no solo por sus pocas regulaciones y apertura comercial al mundo, sino porque fueron capaces de atraer inmigrantes que se integraron y lograron hacer crecer, no solo el mercado internacional sino también el mercado local. Se me escapa la fuente, pero recuerdo haber leído que, en algún momento, a principios de siglo, la Argentina tenía una población migrante cercana casi al 30% del total de su población. Se lo preguntamos a Co-pilot AI de Microsoft para que nos ayudara con la cita y esto fue lo que dijo:
A comienzos del siglo 20, Argentina tenía una población extranjera significativa. Según el censo nacional de 1914, el 30% de la población de Argentina era extranjera. En Buenos Aires, este porcentaje era aún mayor, con el 50% de la población de la ciudad siendo extranjera.
Esta gran afluencia de inmigrantes, principalmente de Europa, jugó un papel crucial en la configuración del paisaje cultural y económico de Argentina durante ese período.
En todo caso, con esto no pretendo ser ingenuo ante las dificultades de la inmigración en grandes masas y que junto con costumbres ancestrales difíciles de cambiar generan caos. Sin embargo, estoy convencido que la solución no es la restricción, sino que más bien tiene que venir dada por la integración y la disminución de las condiciones que fomentan la ilegalidad. Nadie emigra a un país que está en decadencia económica. Siempre, por lógica, se emigra a un lugar mejor que el propio. Nadie emigra por estos días a Venezuela, Cuba o Zimbabwe, ni nunca se supo que la gente se saltara masivamente el muro de Berlín en dirección a Berlin oriental o la cortina de hierro desde Occidente a detrás de esta a los países comunistas, siempre fue en dirección contraria de los países comunistas a los países libres. Nunca faltan los despistados que quieran emigrar a Corea del Norte, o a cualquiera de estas tiranías, pero la naturaleza humana nos dice que a menos que sea por razones específicas, como pueden ser la ideología y la ignorancia o la intolerancia religiosa, a nadie en su sano juicio se le ocurriría ir a esos lugares. Curiosamente quienes abogan por destruir el sistema de los países desarrollados que se han vuelto imanes y polos de desarrollo, casi nunca emigran a estos lugares tampoco. Más bien pretenden, en su infinita estupidez, cambiar la sociedad que tanto bienestar les ha producido en vez de emigrar a estos infiernos que tanto desean para su país. Tarde o temprano en lo más íntimo de su ser intuyen que lo que tanto desean no sería posible en aquella sociedad que tanto admiran y por lo tanto no emigran a esos infiernos terrenales.
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